Antoine Montoro Roca

Haber nacido en una familia cristiana es la gran ventaja de mi vida. No sé qué hubiese pasado si mis padres no hubieran sido de Cristo. La fortaleza de la fe en Dios de mis padres me condujo al arrepentimiento de mis pecados. Dios me ama tanto que dio a su Hijo para morir por mí.

Desde pequeño ya sabía que mis padres no podían decidir por mí. Yo era el único que podía decidir entre los dos caminos. Como a muchos de vosotros, me asustaba el hecho de volver a casa y no encontrar a mis padres: “¡El Señor ha venido y se ha llevado a los suyos!”, pensaba.

A los doce años, en una predicación, pedí a Dios perdón por mis pecados y que entrase en mi vida. La tranquilidad de ser salvo fue lo primero que experimenté.

En Andalucía mi familia se encontraba en una situación muy activa. Mi padre era anciano (líder) de una iglesia cuyo objetivo era la predicación del Evangelio al pueblo y sus alrededores. Aún me acuerdo de salidas de cuatro días, en pleno monte, para anunciar las Buenas Nuevas a los que vivían en “cortijos”, masías de la zona y también de ir casa por casa, puerta por puerta…

Fueron varios los jóvenes que se convirtieron al Señor como consecuencia de este ministerio.

Mi adolescencia y mi juventud fueron como la gran mayoría, despistadas y sin saber qué me deparaba el futuro.

Ya en Cataluña, a los dieciséis años, tuve que replantearme mi relación con Dios. En unas vacaciones de relax confirmé mi “antigua” decisión de seguir a Cristo.

Mi padre era fiel al Señor y siervo de Dios. Tuve el mejor guía que puede tener una persona. Con suma sencillez me enseñó la humildad, el temor a Dios y el amor a su obra.

Participé en muchos campamentos como monitor con experiencias muy enriquecedoras.

Conocí varias iglesias, en ellas intenté servir al Señor, pero sobre todo en una donde las actividades se sucedían una tras otra, y vi que podíamos haber caído en el activismo, es decir, actividad por actividad. Dejamos la Palabra de Dios de lado y muchos hermanos sufrieron las consecuencias.

Esa experiencia me enseñó que el principal motivo de nuestro servicio a Dios debe ser nuestro amor hacia Él.

Jesús preguntó tres veces a Pedro: ¿Me amas?

Y al final Pedro contestó: “Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo”. (S. Juan 21:17).

Si algún día sientes que el Señor te pregunta lo mismo, contéstale, dile: “¡Te amo Señor!”

En el presente, después de casarme con la mujer de mi vida y tener los niños más guapos del mundo, intento servir a Dios en la iglesia de Igualada. La Palabra de Dios me conmueve, me hace volver la vista hacia Jesús y su mirada me hace anhelar sus palabras.

También es mi deseo que tuviésemos inquietud por las personas que se pierden, que los jóvenes estudiasen la Biblia juntos y que saliésemos a la calle a decir a otros jóvenes que no conocen a Cristo: ¡Jesús os ama!

Testimonio de Antoine, escrito por Agustín Vaquero.