Daniel Ortega Perea

Nací en Tona, provincia de Barcelona. Mi familia era muy humilde pero muy trabajadora. A los ocho años vinimos a Vilanova del Camí, provincia de Barcelona. Estudié en Vilanova e Igualada y a los dieciséis años empecé a trabajar mientras continuaba con mis estudios diurnos. Fue en el colegio García Fossas donde conocí a Joana Tomás, la que hasta hoy es mi mujer, de esto hace ya 47 años que la conozco y de casados haremos 44 años este junio.

Joana me hablaba de Jesús, me decía que “vino al mundo a salvar a los pecadores”, de los cuales “yo soy la primera”, pero a mi nunca me importaba, yo la quería a ella y pensaba que ella podría creer lo que quisiera, pero yo no necesitaba la religión. Además, pensaba “¿Qué es eso de la religión protestante?” Sin embargo, recuerdo que ella me decía que, si no me convertía al Señor, no podríamos casarnos.

Durante esa época, un día decidí ir a hablar con el padre de Joana, Josep Tomás. Le dije que estaba saliendo con su hija y que tenía intenciones de casarme con ella. De entrada, ni su padre, ni después su madre se preocuparon por que yo no fuera creyente, pero desde entonces me predicaban el evangelio constantemente, sobre todo Joaquina, la madre de Joana, una excelente persona.

La primera vez que pisé una iglesia cristiana evangélica fue porque me invitaron a una boda. Se casaban Antonio Cristóbal y Chari Granados, miembros de la iglesia a la que asistían Joana y sus padres. Desde entonces, no dejé de ir a los cultos, a todos los cultos. En la iglesia había un ambiente muy familiar y todos me acogieron como si fuera uno de ellos.

Llegó el momento de marcharme al servicio militar y recuerdo que los padres de Joana me regalaron una biblia. No puedo decir que la leyera todos los días, pero sí que muy a menudo. Sin embargo, llegó un punto que leyendo los evangelios me parecía muy repetitiva, pensaba: “esto ya lo he leído antes” y me empezó a parecer algo aburrida. También recuerdo que algunos de mis compañeros de campamento se reían al verme leyéndola.

Un tiempo más tarde, me licencié, y entonces quise tomarme en serio las cosas del Señor. Primero acepté que la Biblia es palabra de Dios. Segundo, me propuse prestar más atención a lo que se predicaba en la iglesia los jueves, sábados y las mañanas y tardes de los domingos, y tercero, buscamos más oportunidades aún de aprender. Estuvimos en casa de Antonio Sole y su madre la Sra María aprendiendo sobre la segunda venida de Cristo; en casa de Agustín Vaquero y Conchi donde estudiamos el evangelio de Lucas y en casa de Francisco Utrilla y Antonia Moreno, el evangelio de Marcos.

Durante estas ocasiones, me impactó especialmente el relato de Jairo (Marcos 5:21-43), específicamente el momento en que Jesús le dice a este padre cuya hija está a punto de morir: "No temas, cree solamente"... Esa misma noche, le pedí al Señor que perdonara mis pecados y me diera la vida que Dios promete en Cristo y, al día siguiente, todo era diferente. Recuerdo asomarme a la ventana de mi habitación y querer ir al cielo. “¿Qué hago aquí? Yo soy de arriba, quiero irme arriba”, pensé, y al mismo tiempo tenía temor de compartir lo que me había pasado, “no vayan a creer que estoy loco”, me decía.

En uno de los próximos domingos en la iglesia, una creyente de los hermanos que nos visitaban de Barcelona me preguntó si yo era creyente. Le respondí que sí y ella me abrazó y se fue. Desde entonces, no he dejado de testificar de lo que Dios ha hecho en mi vida y de lo que también puede hacer en la vida de otras personas que le buscan con sinceridad. Por ejemplo, he contado cómo a los 9 años ingerí un producto tóxico y la familia actuó rápidamente dando leche para contrarrestar la toxicidad y realizando un lavado de estómago en el Hospital de Igualada. También, que a los 13 años, trabajando en la construcción, sobreviví a un desprendimiento de tierra quedando atrapado dentro de un cimiento..

Finalmente, al cabo de unos meses, me bauticé en el nombre del Señor, dando al Señor toda la gloria por mi conversión y agradeciendo a los ancianos de mi iglesia por su constancia en la predicación, cariño y paciencia que tuvieron conmigo.


Tiempo después, me casé con Joana y el Señor nos concedió dos regalos del cielo: Rut y Raquel. Curiosamente, el texto que me dedicaron cuando me bauticé fue

“Yo y mi casa serviremos al Señor” - Josué 24:14-15

y hasta hoy he procurado que así sea. Lo que esté en mi mano y todo lo de mi propiedad que alabe y glorifique al Señor.

¿Cometí errores el resto de mi vida? Muchos. Me es imposible escribir con palabras las decisiones equivocadas, las situaciones tristes y lágrimas que en familia hemos derramado. Las equivocaciones se pagan, pero las secuelas duran toda la vida.

Un versículo que Agustín nos repetía mucho a todos era:

“[…] y sabed que vuestro pecado os alcanzará.” - Números 32:23

y vaya si es así. Es mejor que el pecado nos alcance en vida y nos arrepintamos y creamos en el sacrificio de Jesús, que no, cuando nos llega la muerte sin haber aceptado a Jesús, que entonces solo nos espera la muerte eterna.

Actualmente mi esposa y yo estamos sirviendo al Señor en la iglesia que nací de nuevo en Igualada. Trabajamos para y en el Señor para que la gente vea vuestras buenas obras hechas en Él y glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos (Mateo 5:16) y que Él añada a la iglesia los que tiene previsto que se salven (Hechos 2:46-47).

Testimonio de Daniel, escrito por Andrés Vaquero.