Fina Martínez Quirós

Yo, Fina, nací en Barcelona capital. A los 14 meses cogí la poliomielitis y a raíz de esta enfermedad me tuvieron que realizar veintiuna operaciones. Cuando pude empezar a andar tenía ya siete años. A los catorce o quince años nos mudamos a Badía del Vallés donde continué con el proceso de rehabilitación. La persona a cargo de mi rehabilitación era cristiana evangélica y, mientras trabajábamos en mi recuperación, hablábamos de todo. Durante ese tiempo, ella compartió conmigo aspectos del Evangelio, y yo atesoré en mi corazón todas las palabras que aquella chica me transmitió a lo largo de los años.

Un tiempo después, mientras buscaba un trabajo que pudiera realizar, comencé a ir una casa cercana a aprender a coser. A diario, para llegar allí, pasaba delante de una iglesia cristiana evangélica, pero siempre estaba cerrada y yo me preguntaba cómo sería por dentro. De repente, un domingo paseando, la encontré abierta y pensé: “¿Entro o no entro?”, pero fui cobarde y no entré. Cada domingo que pasaba me sentía más sola. Mi mente y mi alma se complicaban cada día, no me gustaba la soledad, me ahogaba.

Más adelante, hice un cursillo para encontrar trabajo. El cursillo lo impartía un psicólogo y al verme tan frustrada intentó ayudarme. Resulta que desde los siete años me había inventado un amigo imaginario que me ayudaba en mi soledad, pero eso ya no me servía. Ese amigo era lo que yo deseaba ser: simpática, alegre, rubia, alta, fuerte y cómo no, popular. Me ayudó un tiempo a no sentirme sola, pero después dejó de funcionar.

Posteriormente, un día cualquiera, vinieron a casa dos chicas que eran testigos de Jehová. Ellas se ofrecieron a salir conmigo a pasear y me llevaron al Salón del Reino, pero como no me gustó lo que vi, dejé de verlas. También por ese tiempo comencé a leer la Biblia católica que teníamos en casa, pero como no entendí nada, dejé de leerla.

Fue durante esta etapa que mi madre, quien ponía inyecciones por las casas, conoció al Sr. Juan Sierra y su esposa, la Sra. María (la que sería en un futuro mi madre espiritual y un ángel en la tierra). Aunque entonces yo no los conocía, mi madre me hablaba mucho de ellos.

Recuerdo que por entonces un domingo estaba yo sentada en el sofá, en el rincón más oscuro y escondido y pensé: “Señor, si realmente existes, muéstrate en alguien para que yo te pueda ver”. Un minuto después, mi madre apareció con la Sra. María que tenía y tiene, afortunadamente para mí, la sonrisa más bella, sincera y transparente que jamás he visto. Yo pensé: “¡Ahí estas Señor! Yo quiero tener la felicidad de esta mujer en mí ser.” La saludé y su dulzura me impresionó tanto que me cautivó, y cuando ella nos invitó a ver unos bautismos en su iglesia, yo no dudé en ir.

A partir de ese momento, comencé a ir regularmente a la iglesia. Y tenía mis luchas, pero oí al Señor ofrecerme su mano hasta tres veces. Sentí cómo me llamaba por mi nombre, pero yo odiaba mi nombre. El Señor me dijo: “Te quiero así como eres”, y finalmente, me cogí a Él, lo acepté como mi Salvador personal y el Señor de mi vida. Era el año 1985. Desde entonces, de no tener nada, he pasado a tenerlo todo.


Gracias doy a Dios que me ha dado su perdón, la salvación, el amor y la amistad, que me ha bendecido dándome a mi esposo y dos hijos que llenan mi vida de felicidad, y a unos hermanos en la fe preciosos con los que compartir todas sus ricas bendiciones.

Hay cuatro versículos que tienen especial importancia para mí:

“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” - Mateo 6:33

Lo he experimentado en mi vida muchas veces.

“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien [...]” - Romanos 8:28

Este versículo es muy palpable en mi vida y en la familia de la Sra. María, pues siempre decimos que si no fuera por la pulmonía que cogió el Sr. Juan y que mi madre tuvo que ir a ponerle unas inyecciones, yo no hubiese conocido al Señor.

“Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.” - Juan 15:12-13

El mismo Dios me mostró su amistad y en verdad Él es el mejor amigo que se puede encontrar. Yo soy su sierva y Él es mi gran fiel y poderoso amigo.

“Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.” - Mateo 9:12

Este testimonio va dedicado a mis padres, a todos los que sufren, a los que están y se sienten solos y a los que piensan que no son nada ni nadie. Y sobre todo, a mi Señor por ser todo lo que necesito y necesitaré siempre. Amén.

Testimonio de Fina Martínez escrito por Agustín Vaquero.